Como cyberpunk









Esa mañana la escalera fue mas larga que de costumbre. Generalmente veintiséis pasos bastaban, un recuerdo grato del día anterior, un cálculo de los gastos para hoy o una instantánea imagen de Eleonor tendida desnuda sobre la cama, pero nunca más, nunca había podido, como en esta ocasión, preguntarse qué con su vida, hacia dónde se dirigía.


Esa mañana, al dar el paso sobre el quinto escalón ya conocía la suma, $83.50, $40 serán de la comida en ese pequeño lugar a espaldas de la oficina; es lunes, servirán ese estofado que tanto le desagrada pero que con tan buen rostro le devora en sus narices a Eleonor. Saliendo de ahí, -sin desearlo, obligado- tomará un taxi con rumbo al edificio de Plaza Holiday: $30. En ese lugar estará un hombre vestido en harapos, sosteniendo una pequeña y casi descuartizada cajuela donde exhibe algunos dulces ya sin color y cigarros. Pedirá un cigarro rojo, justo cuando el viejo lo tome entre sus mugrosos dedos pedirá un segundo cigarro. Son $2.50, dirá el anciano y él, con todo ya previsto, en un aparente déja vù tan sólo abrirá su mano y dará $2.50 al hombre.


Por último, subirá al edificio por esa escalera corta de veintiséis peldaños. Al llegar al sexto escalón comenzará a desenredar el cale de su ombligo, lentamente lo extraerá para deshacer los nudos que el fin de semana le causó. Entonces, al finalizar la escalera, habrá recordado a Elonor tendida, con su piel blanca, desnuda sobre su cama; habrá pagado ya $72.50 y tan sólo le quedarán en el bolsillo $11, justo como siempre ocurría.


Cuando llegue al final de la escalera, abrirá esa estrecha portezuela por la que tan sólo puede pasar habiendo encogido los hombros. Entrará al gabinete que ella encierra y deslizará la clavija del extremo de su cable dentro del tomacorriente. Pulsará el botón de encendido. La luz roja en el extremo superior de la puerta iluminará el lugar hasta el punto de volverlo asfixiante. Tomará un cigarro entre sus dedos y lo conducirá hasta sus labios ya secos. Un cerillo con una llama agonizante le servirá para encenderlo. Con tranquilidad fumará su cigarrillo, saboreando la asfixia que se alberga en su cuerpo. Haciendo un movimiento de su índice, arrojará la colilla humeante al suelo y la apagará con la punta de su zapato. Sacará las últimas monedas de su bolsillo y las deslizará por una delgada ranura frente a él. Un pitido y la luz verde indicarán el inicio de la semana.


Al dar el paso sobre el séptimo escalón se enjuga los labios con el ápice de la lengua. Se palpa la bolsa del interior de la gabardina y toma un cigarrillo, lo enciende y da la media vuelta mientras comienza a abotonarse la ropa de nuevo...






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