ESA NOCHE NO
HABÍA NI LA MÁS MÍNIMA DE LAS NOSTALGIAS POR ELLA. Ese plan que tanto tiempo
había estado formulando con alevosía, vería la luz dentro de algunas horas. No
había duda. No podía haberla.
§
—¿TIENES
MIEDO? Preguntó ella con un rostro de desconcierto.
No, contestó, casi mecánicamente. Es sólo que pensaba en todo eso que no
concretamos al tomar este camino, al cambiar la ruta tan sólo iniciando la
travesía.
—No pienses tanto; tan sólo prométeme que en el momento no recularás.
Promételo, amor, dijo ella con una voz que se suavizaba más y más a cada
palabra pronunciada.
—No, respondió
de nuevo, de la misma automática manera.
§
¿VAS A QUERER
ALGO? Es la última vez que pararemos antes de llegar. Recuerda que allá no
habrá oportunidad para hacerlo.
— Está bien,
entiendo. No, no quiero nada, en este momento nada podría tranquilizarme.
§
ESA MAÑANA
HABÍA BUSCADO PERSONALMENTE TODO LO QUE EMPLEARÍA EN SU PLAN. Había palpado
celosamente cada una de sus herramientas, a las cuales ahora consideraba partes
de sí, partes sin las cuales no hallaría solución pronta a su inmenso atavío;
pequeñas extensiones de su cuerpo que ahora se volvían él mismo. Con cada
mirada, roce de sus manos sobre ellos los embebía, se pensaba vuelto uno con
ellos.
Pagó sin
dudar. Así hubiese arruinado sus finanzas, él sabía que después de esto, ni la
vida misma podía pagarle mejor.
§
YA NO PODÍA
VERLA A LA CARA. Ella rumiaba una goma de mascar. De izquierda a derecha y de
arriba abajo; era un tortuoso espectáculo. Verla mover sus dentales, sus
labios, los que ahora había llegado a odiar y que otrora adoraba sentir cerca
de los suyos, en roces leves. Musitó algo que sonó a pregunta, pero no supo si
por todo ese asco que estaba sintiendo o porque en verdad había sido indescifrable
su pronunciación, fue que no la entendió.
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