Desde que tenía quince años lo
descubrí: tengo poderes mentales. Tal vez todo ese tiempo que pasé tantas
humillaciones fue solamente una forma de autoengaño, me mentía para no saberlo,
para no descubrirme con ese poder.
Bien,
fue a los quince cuando por primera vez lo noté: puedo leer la mente de las
personas. No siempre es sencillo acceder, a veces hay que fijarlos, verlos
directo a los ojos por algunos segundos y hacer giras todas esas capas de
protección que ponen a su mente, como portezuelas que uno va violando al tener
tanto poder.
Las
primeras veces lo usé para mi placer, leía la mente de mis compañeras de salón.
En ese entonces estaba yo en tercer grado de secundaria y era imprescindible
saber lo que las niñas pensaban de uno. Pobres de mis amigos que se pasaban
horas platicando sobre si fulanita le capeará a sutanito, que si la otra le
hizo ojitos a mengano o nomás le entró una basurita. Yo no tenía que someterme
a tales martirios, sólo veía a mi víctima a los ojos y así sabía si yo podía
iniciar el cortejo.
A
pesar de tener este don maravilloso, no fui popular durante la secundaria. Mi
amigos siempre dijeron que yo tenía un no sabían qué que me hacía no
encajar con ellos. Patrañas, ellos sabían de mi poder, yo lo leí en sus mentes.
Otras
veces leer la mente era pan comido, no necesitaba estar viendo a la persona,
sólo tenerla cerca; Así supe que me engañabas y que siempre te burlabas de mí
cuando estabas con tus amigas. Yo te lo dije claramente aquella tarde en que
nos fuimos de pinta: -Tú no puedes ocultarme nada. Y tú pensaste que yo
intentaba asustarte. ¿Recuerdas que me dejaste solo esa vez? Me quedé en el
parque, esperando a que volvieras. Porque, sí, también lo leí de tu mente antes
de que te fueras: - Éste ya se las huele, le diré que voy a comprar algo y
volveré más tarde, cuando ya se le haya olvidado. Pero ¿sabes? No contaste
nunca con mi poder, con mi facilidad para abrir tu cabeza como una bolsa de
mano. Al siguiente día, yo, decidido a no dejar la situación así, les hice
saber a todos que conocía tu engaño, que te veías a escondidas con un chico
preparatoriano. Lo grité fuertemente a la hora del receso mientras comprabas tu
agüita de jamaica. Ni te gustaba, sólo la tomabas porque el color guinda
combinaba con tu yamper. Todos se me quedaron viendo; pobres imbéciles, no
saben que hablo con la verdad. Desde esa tarde ya no nos volvimos a ver igual.
Ni siquiera me dirigiste la palabra de nuevo.
Así
ha sido siempre, un don que nadie acepta. Aunque nunca se lo había confesado a
nadie, tampoco. Esta vez sé que puedo confiar en usted para hacerlo porque, no
todos tienen la mente tan abierta, (si me permite la paradoja). Pues bien, esa
es mi historia, la he resumido mucho. No conté las cosas que me pasaron en la
prepa. Ahí todo fue distinto. Mis profesores decían que había algo en mí muy peculiar. Ellos deben haberlo notado,
pero la escuela no les dejaba hacerlo público. Debe ser muy difícil tener a
alguien como yo entre sus elementos.
Cuando
era tiempo de exámenes yo no me preocupaba, al fin y al cabo tendría las
respuestas cuando yo quisiera. Durante un tiempo me hice un cínico, debo
admitir. No me gustaba obtener las respuestas de mis compañeros, podían tener
errores. Se las sacaba directamente a los profes, así, como con pinzas de su
cabeza. Fijaba la vista en sus ojos, ellos se daban cuenta porque me la
sostenían por algunos segundos, luego, cedían, mi poder ya era más fuerte que
nunca.
Como
los profes sabían lo que estaba haciendo, me mandaban a platicar con la
psicóloga. Esa pobre chica apenas egresada de la universidad, ¿qué podía hacer
ella? Yo era para ese entonces un monstruo de mil brazos al momento de defender
mi poder. No permitía que nadie me dijera que no y me valía de él para salir de
esos embrollos.
(Me
han mandado con muchas personas que están interesadas en ese don que sólo yo tengo.
Me pagan viajes a centros de experimentación para que vaya a dialogar con
verdaderos genios en la materia.)
La
verdad es que ya no quiero hablar más y todo lo que ha ocurrido hasta ahora es
muy similar a lo que ya conté. Ahora dígame qué piensa usted sobre mi don. ¿Cree que lo deba dar a conocer al mundo?
Porque al final de cuentas, yo puedo solucionar la vida de muchos con tan sólo
introducirme a su mente. Seré generoso con este talento natural.
Debí
haber estado una hora ahí, si acaso. Salgo del cuarto y le digo adiós a la
secretaria, sólo por ser cortés. Esa mujer desde el momento en que llegué pensó
que yo era un pendejo, ¡pero se equivocó! Aunque bueno, ¿qué se puede esperar
de una secretaria que trabaja para ese patán? ¡Va! Decirme a mí
paranoico... desde el comienzo supe que
esto de la psicología aún no terminaba de madurar.