pmeliorativo









A la fecha me queda la pregunta enclavada en los recuerdos.

No fuiste lo mejor de mi vida. Tampoco creo que hayas sido lo mejor en la de él. He llegado a pensar que —en un aunque remoto y casi imposible escenario— no llegarás a serla: esa razón por la que alguien mantiene el ritmo de su vida al son de tu, hasta eso, dulce voz.

Pese a todo, pese a no ser ni haber sido ni poder ser, estoy seguro de que todos, en algún momento de la noche, antes de dormir, quizá en esas mañanas en que la tranquilidad entra por la ventana, por un segundo, Dios sabe que en esos pensamientos relámpago, una risilla de alegría nos regresa tu nombre a los labios.

A la fecha me queda esa pregunta enterrada en los recuerdos, ahí, al lado de tu nombre que se ha ido desvaneciendo.








Pintura fresca



Me posiciono en la parte más alta de una resbaladilla en un parque desolado. Es una tarde de nubes negras encrespadas. Para darle una buena recibida al clima bondadoso, unos shorts azul rey me parecen perfectos. 

Nadie me voltea a ver ni necesito su atención: soy el rey del mundo a punto de bajar a toda velocidad de la cima. 

La piel de mis piernas desnudas se desliza sin problema sobre el metal; creo que va a ser un descenso inolvidable. Con ambas manos sujeto los tubos oxidados que marcan la línea de despegue. Suelto la baranda abriendo rápidamente las manos, seguido de un movimiento muy leve de mis hombros hacia el frente. No consigo gritar, sólo levanto los brazos y veo hacia el cielo. 

Y en ese momento, a toda velocidad en descenso, es cuando esta historia comienza. Justo a la mitad de la resbaladilla un desperfecto imperceptible sobresale en la plancha metálica: un triángulo de dos, quizá tres centímetros es el único recuerdo que queda de lo ocurrido la noche anterior cuando aquel borracho estrelló una piedra afilada contra la resbaladilla hasta acallar a sus fantasmas.

Al llegar a la parte baja vuelvo a asir la baranda y permanezco sentado. La tarde se siente más cálida y una sensación de emoción me recorre el cuerpo.

autopsista





Cuando era niño, en una infancia muy temprana, me recuerdo recorriendo las carreteras en compañía de mi papá y su Kenworth (quinguor, dice él) aqua. Así fue como conocí otras ciudades y aprendí que lo propio no es medida cuando se trata de nuevos paisajes. Y así —estoy seguro— es que fui alimentando el gusto a no dejar de conocer, a no dejar de sentir esa libertad que las carreteras y los nuevos caminos nos dejan con cada experiencia, en la memoria. 


A muchas personas les viene esa etapa de volver a las canciones del vernáculo cuando los años les pisan la sombra. A mi incluso me pasa. También reconozco que no puedo desasociar esta música con esos viajes de la infancia, las madrugadas en el camino, los atardeceres, el horizonte. 

Y así íbamos a toda velocidad oyendo música clásica de cassettes que escogíamos de entre una caja de madera.



Y el verso más importante de tu canción preferida...

before a flood




-- Nada más despreciable que el desprecio mismo.

Aorta




ESA NOCHE NO HABÍA NI LA MÁS MÍNIMA DE LAS NOSTALGIAS POR ELLA. Ese plan que tanto tiempo había estado formulando con alevosía, vería la luz dentro de algunas horas. No había duda. No podía haberla.

§

—¿TIENES MIEDO? Preguntó ella con un rostro de desconcierto.

No, contestó, casi mecánicamente. Es sólo que pensaba en todo eso que no concretamos al tomar este camino, al cambiar la ruta tan sólo iniciando la travesía.
—No pienses tanto; tan sólo prométeme que en el momento no recularás. Promételo, amor, dijo ella con una voz que se suavizaba más y más a cada palabra pronunciada.

—No, respondió de nuevo, de la misma automática manera.

§

¿VAS A QUERER ALGO? Es la última vez que pararemos antes de llegar. Recuerda que allá no habrá oportunidad para hacerlo.
— Está bien, entiendo. No, no quiero nada, en este momento nada podría tranquilizarme.

§

ESA MAÑANA HABÍA BUSCADO PERSONALMENTE TODO LO QUE EMPLEARÍA EN SU PLAN. Había palpado celosamente cada una de sus herramientas, a las cuales ahora consideraba partes de sí, partes sin las cuales no hallaría solución pronta a su inmenso atavío; pequeñas extensiones de su cuerpo que ahora se volvían él mismo. Con cada mirada, roce de sus manos sobre ellos los embebía, se pensaba vuelto uno con ellos.
Pagó sin dudar. Así hubiese arruinado sus finanzas, él sabía que después de esto, ni la vida misma podía pagarle mejor.

                                                       §

YA NO PODÍA VERLA A LA CARA. Ella rumiaba una goma de mascar. De izquierda a derecha y de arriba abajo; era un tortuoso espectáculo. Verla mover sus dentales, sus labios, los que ahora había llegado a odiar y que otrora adoraba sentir cerca de los suyos, en roces leves. Musitó algo que sonó a pregunta, pero no supo si por todo ese asco que estaba sintiendo o porque en verdad había sido indescifrable su pronunciación, fue que no la entendió.



simple






Hace años -ya muchos años- inició su amor. — Enamorarse no es tan malo, siempre se decía. Su amor permaneció intacto y floreciente. Nadie hubiera hecho comentario alguno de no ser por la naturaleza del mismo: no era convencional.

Se había enamorado infantil, ilusoria, y desenfrenadamente de alguien que no era un personaje imposible.

Abiertamente, declaraba su amor a una idea, la cual, alguna vez respondió a un nombre de mujer.