Pita y el sistema privado de educación



En mi historia de vida, reconozco que no ha habido lectura más significativa y decisiva que 'Pita descubre una nueva palabra'. Se trata de un texto que aparece (o aparecía, no me he tomado la delicadeza de revisar los nuevos libros de texto gratuitos) en los libros de educación básica, segundo grado, si mal no recuerdo.

Un cuento de Astrid Lingred sobre una niña, Pita, quien una mañana se levanta consternada porque descubrió una nueva palabra y no sabe qué fregados significa. La historia, con la falta de una narrativa asombrosa, logró que, en mis primeros años de lectura, me preguntara sobre lo que se convertiría en una de mis grandes pasiones: el lenguaje.

Sólo por mero ejercicio melancólico, rescato de internet esta joya de la literatura universal:

'PITA descubre una nueva palabra'

Una mañana Tomás y Anita entraron en la cocina de Pita y le dieron los buenos días, pero Pita no contestó. Sonreía apenas con expresión soñadora..
-Perdonen que no conteste a su saludo; estoy pensando en lo que acabo de descubrir- dijo Pita.
-¿Qué has descubierto?
-¡Una palabra nueva! ¡Una estupenda palabra!
-¿Qué clase de palabra?- indago Tomás con cierta desconfianza.
- Una maravillosa palabra. Una de las mejores que he oído en mi vida.
-Anda, dínosla, Pita- dijeron los niños.
Palitroche!- dijo Pita triunfante.
-¿
Palitroche? ¿Y qué quiere decir?

-¡Ojalá lo supiera!
-Si no sabes lo que significa, no sirve para nada- dijo Anita.


-Es lo que me preocupa- contestó Pita mordisqueándose el pulgar de la mano derecha.
-¿Quién dice lo que significan las palabras?- preguntó Tomás.
-Yo creo que se reunieron algunos maestros viejitos- dijo Pita-. Inventaron algunas palabras y luego dijeron: “esta palabra quier decir esto…”, pero a nadie se le ocurrio una palabra tan bonita como
palitroche. ¡Qué suerte que haya dado yo con ella! ¡Y les apuesto lo que quieran que descubriré lo que significa! Quizá se le pueda llamar así al ruido que hacemos cuando andamos en el lodo. A ver cómo suena: “Cuando Anita anda en el lodo puede oírse una maravillosopalitroche…” No, no suena bien. Eso no es. Quizá es algo que puede comprarse en las tiendas. ¡Vamos a averiguarlo!



-¡A ver si podemos! Añadió Tomás.
Pita fue a buscar su monedero y lo llenó de monedas.
-“
Palitroche” suena como una cosa bastante cara. Seguramente me alcanzará con esto.

Ya puestos de acuerdo, los tres salieron muy preocupados de la casa.

Llegaron a una pastelería.
-Quisiera comprar algunos palitroches- dijo muy seria Pita.
-¿Palitroches?- preguntó la señorita que despachaba-. Creo que no tenemos.

Entraron a una ferretería.
-Quiero comprar un
palitroche- dijo Pita.
-¿
Palitroche? Vamos a ver, vamos a ver si encuentro alguno- dijo el dependiente y sacó de un cajón un cepillo que entregó a Pita.
-¡Esto es un cepillo!- exclamó Pita muy enojada- , yo quiero un
Palitroche. ¡No intente engañar a una inocente niña!


-Pues no tenemos lo que necesitas, niña, lo siento mucho.
-Lo siento… lo siento…- salió murmurando Pita, verdaderamente contrariada.
-¡Ya sé! Lo más probable es que se trate de una enfermedad.
Vamos con el médico.
-Quiero ver al doctor. Es un caso grave- dijo Pita.
Como se trataba de un caso grave, la enfermera los hizo pasar inmediatamente.
-¿Qué te pasa?- le preguntó el médico.
-Estoy muy asustada, doctor. Creo que estoy enferma de un grave palitroche. ¿Es contagioso?
-Tú tienes más salud que todos nosotros juntos- le dijo el médico-.
No te preocupes.
-Pero existe una enfermedad con ese nombre, ¿verdad?- preguntó ansiosamente Pita.



-No, pero aunque existiera tú no la atraparías jamás.
Pita, Tomás y Anita salieron de ahí bastante desconsolados. Iban con la cabeza baja, pensando que nunca encontrarían un palitroche.

De pronto, Pita gritó:
-¡Ten cuidado, Tomás, no pises ese animalito!
Los tres miraron hacia el suelo. El animalito era pequeño, con un par de alas verdes que brillaban como si fueran de metal.
-No es chapulín, ni grillo- dijo Tomás.

La cara de Pita se iluminó:
¡Ya sé! ¡Es un palitroche!- gritó triunfante.
-¿Estás segura?- preguntó Tomás.
-¿Crees que no voy a conocer a un palitroche cuando lo veo? Como tú no has visto ninguno en tu vida, no sabes reconocerlos. ¡Mi querido palitroche! Ya sabía yo que al fin iba a encontrarte. Hemos recorrido toda la ciudad buscándote, y estabas casi casi debajo del zapato de Tomás. Ven, te llevaré a casa y viviremos felices.





a Max Aub








La maté porque
ya no blofeaba con la misma jactancia.



















*Imagen: Spiklenci Slasti (1996) - J. Švankmajer

IMDb








Hans Mögentach era el mejor actor que jamás hubiera conocido el séptimo arte. El personaje del chico ingenuo de pueblo en ‘Die Dunkelheit nach innen’ (The darkness inside, 1984), dicen, fue su gran logro.


Desde sus inicios trabajó al lado de un gran director, su amigo inseparable Frederik Ausgetelmt, a quien consideraba su complemento perfecto. Cuando el director le asignó el personaje de un hombre con lesiones cerebrales, causó conmoción entre el reparto de la película, a tal grado de terminar escenas con todo el staff aplaudiéndole.


Algunos otros de sus grandes personajes memorables son Karl Borsch en ‘Ein unglaubliches Bauernhofabenteuer’ (The most incredible farm’s adventure, 1987) y Corpfeld Pästeurch en ‘Lieder über Diana’ (Songs about Diana, 1992).


Nadie dudaba de su talento, hasta que el director Pierre Le Page le propuso actuar en uno de sus filmes. El protagónico fue suyo, se trataba del personaje de uno de los genios del siglo XX, Nathael Wohnst. Los críticos hicieron de ese su último papel. Su carrera acabó ahí.




Como cyberpunk









Esa mañana la escalera fue mas larga que de costumbre. Generalmente veintiséis pasos bastaban, un recuerdo grato del día anterior, un cálculo de los gastos para hoy o una instantánea imagen de Eleonor tendida desnuda sobre la cama, pero nunca más, nunca había podido, como en esta ocasión, preguntarse qué con su vida, hacia dónde se dirigía.


Esa mañana, al dar el paso sobre el quinto escalón ya conocía la suma, $83.50, $40 serán de la comida en ese pequeño lugar a espaldas de la oficina; es lunes, servirán ese estofado que tanto le desagrada pero que con tan buen rostro le devora en sus narices a Eleonor. Saliendo de ahí, -sin desearlo, obligado- tomará un taxi con rumbo al edificio de Plaza Holiday: $30. En ese lugar estará un hombre vestido en harapos, sosteniendo una pequeña y casi descuartizada cajuela donde exhibe algunos dulces ya sin color y cigarros. Pedirá un cigarro rojo, justo cuando el viejo lo tome entre sus mugrosos dedos pedirá un segundo cigarro. Son $2.50, dirá el anciano y él, con todo ya previsto, en un aparente déja vù tan sólo abrirá su mano y dará $2.50 al hombre.


Por último, subirá al edificio por esa escalera corta de veintiséis peldaños. Al llegar al sexto escalón comenzará a desenredar el cale de su ombligo, lentamente lo extraerá para deshacer los nudos que el fin de semana le causó. Entonces, al finalizar la escalera, habrá recordado a Elonor tendida, con su piel blanca, desnuda sobre su cama; habrá pagado ya $72.50 y tan sólo le quedarán en el bolsillo $11, justo como siempre ocurría.


Cuando llegue al final de la escalera, abrirá esa estrecha portezuela por la que tan sólo puede pasar habiendo encogido los hombros. Entrará al gabinete que ella encierra y deslizará la clavija del extremo de su cable dentro del tomacorriente. Pulsará el botón de encendido. La luz roja en el extremo superior de la puerta iluminará el lugar hasta el punto de volverlo asfixiante. Tomará un cigarro entre sus dedos y lo conducirá hasta sus labios ya secos. Un cerillo con una llama agonizante le servirá para encenderlo. Con tranquilidad fumará su cigarrillo, saboreando la asfixia que se alberga en su cuerpo. Haciendo un movimiento de su índice, arrojará la colilla humeante al suelo y la apagará con la punta de su zapato. Sacará las últimas monedas de su bolsillo y las deslizará por una delgada ranura frente a él. Un pitido y la luz verde indicarán el inicio de la semana.


Al dar el paso sobre el séptimo escalón se enjuga los labios con el ápice de la lengua. Se palpa la bolsa del interior de la gabardina y toma un cigarrillo, lo enciende y da la media vuelta mientras comienza a abotonarse la ropa de nuevo...