Palabras blanqueadas




















Entonces yo no lo sabía; me parece que sigo sin conocer esa palabra que nos hace entrar mínimamente en la percepción del otro y ver con sus ojos.

La mañana había sido productiva para nosotros. En compañía de Don Blas aprendí algunas formas coloquiales de saludar. -Kwíra se puede decir durante todo el día, me decía él mientras su mirada se perdía entre las montañas. Shkabó se usa por la noche, sólo por la noche. Algunas cosas no pude entenderlas, como la muerte por ahorcamiento, tan común entre los rarámor...

Cada cierto tiempo nos tomábamos la libertad de caminar un poco después de estar sentados platicando. Yo, por decirlo de una forma elegante, lo llenaba de preguntas. Él, con la misma sonrisa que un profesor le dedica a su aprendiz, me contestaba sin titubear. Al finalizar, a veces después de caminar o salir a por leña, entrábamos a la casa a tomar una buena taza de café acompañada de una tortilla (rimé) dependiendo de la suerte del día: harina o maíz... generalmente maíz recién molido.

Uno de esos días, mencioné que no suelo tomar café (ya no, ya no...). Entonces me ofreció en lugar de la diaria taza de café, una de chocomíl. Mi respuesta, tonta respuesta, fue: No, no tomo leche, gracias. Y fue entonces que Don Blas, con esa misma sonrisa dibujando sus labios me hizo entender algo que no puedo olvidar y que resumo aquí con su réplica:

¿Y con agua? Como lo tomamos nosotros.

tétireba, Don Blas, he amígu.







To-ruachi





















Después de una larga, larguísima ausencia que aun re-siento, vuelvo a publicar. Tal vez resulte como siempre el post más trivial de entre los triviales, pero si de estos no hubiera, la lista sería menor a dos elementos. 

Eran tan sólo algunas horas antes de la medianoche de un día cualquiera y ahí me encontraba rumbo a uno de los lugares de méxico que más me atrae: chihuahua y su sierra tarahumara. Mochila al hombro -y esta vez, a la manera adulta, con boleto en mano- y un plan escurridizo en mente, emprendí el camino.

Algunos meses atrás me he venido cuestionando la existencia de otros tiempos de vida a los que llamamos vidas anteriores y me parecen ciertamente creíbles pues, no sé qué me lo dicta, en una anterior debí ser un misionero -en el mejor sentido de la etiqueta (sí: hay un buen sentido). Mis intereses y los de aquellos divergen pero tienen como base un mismo precepto: conocer y entender distintas formas de vida, de vivir.

Estando ahí, la que todos llaman ‘la tierra sin gobierno’, Turuachi (sur de chihuahua) sentí cómo mi voz, en caso de ocurrir alguna ‘tragedia’, no habría sido más que un árbol cayendo, como uno de tantos que diariamente se talan. Cientos de historias me fueron contadas: los camiones que frecuentemente son balaseados, las chicas a quienes han disparado cuando van en el camión, los secuestrados en carretera, etesé, etesé... y aun así me vi ahí, gobernado por la ley de un sin rostro.











Pese a todo lo malo que pudo haber ocurrido, el viaje resultó un total éxito. Conocí, como era mi objetivo, a las personas de la localidad. Entre ellos a Don Blas, quien con toda la amabilidad y disposición me enseñó a hablar en su lengua (rarámor raítsa). Pasamos muchas tardes y mañanas sentados bajo el sol platicando, en espera de que el frío abandonara nuestros echosbolita cuerpos.

He vuelto y tengo muchas anécdotas, pasajes y demás para contar, pero si le soy sincero a los pocos lectores de este lugar: si las ganas por escribir (y el tiempo para hacerlo) vuelven a mi, con gusto las cuento; por ahora, cada vez que me pongo frente a magui (mi lap) me gana el deber (debo trabajar, debo leer, debo transcribir) y dejo de lado navegar o cualquier otra cosa. Así que por ahora termino esto al decir que no me iré, pero sí tardaré en publicar, casi tanto como he tardado en esta ocasión.

Guiño, guiño... rí 'a tiré 'aré tepé (que quiere decir: y nos vemos pronto)